(De Eskup, El País - Política - El Debate - 20/5/2011)
¡Bien! ¡Siempre he querido que me hicieran esa pregunta! :-) Por supuesto que hay que bajarlos y, además, someterlos a fuerte imposición, como otros ingresos astronómicos. Las recompensas económicas diferenciales responden, en el nivel mas bajo, a criterios de justicia y equidad y, en niveles más altos, a incentivos en pos de la eficiencia, la innovación y la creatividad. Pero cuando llegamos a los ingresos de banqueros, gestores de fondos, ejecutivos de las grandes corporaciones, etc., se trata ya de expolio y rapiña. Se asignan a sí mismos y entre ellos sueldos, comisiones, bonos, pensiones, etc. disparatados a costa de la masa salarial, la capitalización de sus empresas y hasta el beneficio de su accionariado disperso, a veces simplemente por su habilidad en reducir plantillas, deducir y desgravar lo inimaginable y mantener en la impotencia a sus accionistas.
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No logro encontrar un solo criterio de justicia que pueda amparar las diferencias de renta y riqueza entre los altos ejecutivos, sobre todo financieros, y los trabajadores ordinarios, incluyendo entre estos últimos desde los operarios hasta la mayor parte de los profesionales, por no hablar de los que ni siquiera logran un empleo. La teoría dice que podemos aceptar esa tremenda injusticia si, no obstante, es beneficiosa para toda la sociedad y/o para los que peor están en ella (el “y/o” encierra otro debate ético y político). Es decir, podemos aceptar su mal reparto si, pese a todo, la tarta crece y lo hace para todos. Pero lo que venimos viendo desde hace dos decenios es que el sistema de incentivos de los grandes decisores corporativos, o sea, los salarios de los ejecutivos, se han convertido en el camino más seguro hacia las crisis, sin que por otra parte pueda comprobarse su papel en el crecimiento.
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