Después de dos años y medio al frente del Centro puedo acreditar que no siempre es fácil para un español entenderse con un japonés, pues, a pesar de una indudable atracción cultural mutua, los códigos y costumbres son muy distintos. Pero en Mutsuo vi desde el primer momento, y el tiempo me lo confirmó, una persona de una enorme rectitud, nobleza y compromiso (un samurai, estoy tentado de decir) a la vez que una mente abierta y comprensiva especialmente entregada a establecer puentes entre culturas y entre personas.
En junio pasado, aprovechando una estancia en la Universidad de Sophia, Tokio, pudimos Marisa y yo encontrarnos por última vez con él. Hace apenas un mes, tras escribirle preguntando por su suerte y por cualquier posibilidad de ayuda a mi alcance tras la doble catástrofe del maremoto y el terremoto, aprovechó la respuesta para decirme, como de paso, que le habían diagnosticado una enfermedad terminal en fase irreversible, por lo que renunciaba a cualquier tratamiento y se disponía simplemente a poner sus cosas en orden y a despedirse de familia y amigos.Hace dos semanas nos remitió a diversos amigos y colegas el original de un libro: El cristianismo en Japón: Ensayos desde ambas orillas, que contenía un interesante ensayo suyo: "Civilización japonesa: la barrera cultural para la aceptación del cristianismo" (págs. 62-81), con la sugerencia de que le enviásemos cualquier comentario. No me dio tiempo, pero aprovecho la ocasión para difindurlo aquí.
Creo que pudo marchar satisfecho de su vida y su trabajo, que es la mejor manera de hacerlo. Mis condolencias a su esposa, Yuko, hijos y amigos.
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