En el estudio que publicamos (Luis Mena, Jaime Rivière y yo) el año pasado sobre Fracaso y abandono escolar en España planteábamos que, aunque la segunda generación inmigrante repite curso, por ejemplo, menos que la primera, sus expectativas escolares se desploman respeto de las de ésta, lo que anuncia una frustración aguda. PISA 2009 muestra que las diferencias de rendimiento (en competencias) entre nativos e inmigrantes son mayores en España (56 puntos) que en el conjunto de la OCDE (44 puntos), a pesar de que la naturalización parece ser más fácil en el resto de Europa (con lo que buena parte de los inmigrantes pasan a figurar como nacionales) y de que una elevada proporción de la inmigración en España es castellanoparlante, lo que evita el primer problema de todo inmigrante, la lengua (salvo, quizá, en Cataluña). El reciente informe sobre fracaso escolar del Consell de Treball, Económic i Social de Catalunya advierte de que el riesgo de fracaso disminuye para la segunda generación de mujeres inmigrantes, pero no así para la de hombres.
Es probable que ninguna de estas indicaciones resulte inesparada ni sorprendente, pero deberían servir como advertencia de la injusticia para ellos y de los riesgos para el resto de que, después de un tránsito marcado por el esfuerzo y el dolor, pero también por la esperanza y la mejor ambición, los descendientes de los inmigrantes concluyan que la sociedad en la que pusieron sus esperanzas los rechaza. Creo que esa fue la base de las revueltas de hace cinco años en Francia, o hace dos decenios en Inglaterra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario