1 jun 2010

Los nacionalismos periféricos y el pacto: entre Santa Rita, Rita y el raca, raca

El hecho de que la causa más ostensible del fracaso del pacto Educativo haya sido la resistencia del PP no debería ocultar la responsabilidad de otros actores políticos. Hoy quiero hablar de los partidos nacionalistas. Aunque sus posiciones y actitudes han sido desiguales en algunos sentidos, predominan varios elementos comunes que, en todo caso, no ayudaron nada a que se alcanzara un acuerdo ni ayudarán en el futuro.
La mayoría pusieron cara de pacto, tratando de evitar cualquier responsabilidad por su fracaso. CiU se atribuyó, como es habitual, el mejor precedente y se declaró favorable (web de CiU, Durán). El PNV aseguró, revelando más un criterio de oportunidad que cualquier otra cosa, que no serían ellos quienes se levantaran de la mesa (Esteban). ERC, por su parte “aplaudió la voluntad.... de sumar esfuerzos” (Ridao). Los demás se mantuvieron al margen (la pseudoizquierda abertzale) o se posicionaron plenamente en contra (EA y BNG). El BNG, aparte de los argumentos compartidos en diverso grado con el resto del nacionalismo, por considerar que la propuesta del MEC consolidaba los privilegios de la escuela privada (Aboi) o no avanzaba en la laicidad (Fernández Dávila), aparte de alguna enumeración ocasional de todos los motivos imaginables. EA estuvo más bien entretenida con la oposición a los proyectos del actual gobierno vasco de acabar con la calculada ambigüedad de sus predecesores, en particular contra el Plan de Convivencia Democrática y Deslegitimación de la Violencia, el Día de la Memoria, etc. En cuanto a la izquierda abertzale, todo queda dicho con un poco de evidencia anecdótica: si se introduce el término Gabilondo en la función de búsqueda del diario virtual Gara, aparece nueve veces el futbolista del Athletic y una el ministro, y ésta por el trivial motivo de la mala traducción al euskera de no sé qué párrafo de los muchos de la página web del MEC (¡qué nivelazo intelectual!... mejor que no se ocupen mucho de la educación).
Pero las obsesiones del nacionalismo eran las de siempre. La primera, el temor a que el pacto pudiera ser una loapa educativa o suponer un retroceso (Tardá), la negativa a que pudiera implicar cualquier tipo de recuperación de competencias por el Estado (Durán, BNG, Esteban). Huelga decir que, para el nacionalista, un avance es lo que tiene lugar cada vez que un conjunto de competencias o una partida presupuestaria (si es posible, las dos cosas) pasan del gobierno de España al de la comunidad de que se trate, y un retroceso es (sería, porque no se ha dado el caso) todo movimiento en sentido contrario. Como esta valoración es independiente de la naturaleza de la medida, del contenido de las competencias, de la eficacia y eficiencia del traspaso presupuestario y de cualquier otra consideración, resulta obvio que el avance (o retroceso) reside en el traspaso mismo, es decir, de que suponga más o menos poder y recursos para quien lo reclama, antes, después y al margen de cualquier retórica social.
El gran tema, por supuesto, es la lengua. Si el nacionalista ya tiene lo que quiere exige blindarlo (Tardá), consolidarlo (Ridao), no tocarlo (Durán), afirmar las lenguas propias de las CCAA como (exclusivas) lenguas vehiculares (Esteban); si no lo tiene, cree que es la ocasión de conseguirlo (BNG). Esto suele combinarse con la certidumbre de que el pacto era una confabulación entre socialistas y populares para cargarse el modelo (CiU) o en contra de la lengua propia de la comunidad (BNG). Pero la ocasión siempre es buena para reclamar la transferencia de otras competencias, por ejemplo las becas o las evaluaciones censales (ERC).
No es cuestión de discutir aquí el monolingüismo escolar que han venido imponiendo y quieren terminar de imponer los nacionalismos periféricos. La cuestión es ¿por qué hablan de pacto cuando quieren decir trágala? Es como si en la mesa sobre la reforma del mercado laboral los sindicatos de trabajadores, la organización patronal o ambos se negaran a moverse un ápice de sus posiciones, se empeñaran en conseguir algo más de sus reivindicaciones pero, al mismo tiempo, llegaran a algún acuerdo sobre la cuota del cine español en pantalla o sobre la capacidad de adoptar niños de las parejas homosexuales; es decir, sobre las cosas que no dependen de ellos, pero no sobre las que lo hacen. Los nacionalistas, en fin, se muestran dispuestos a pactar lo que no les importa o les importa poco, pero ven el debate sobre el pacto como una oportunidad de hacer avanzar sus posiciones, no como un do ut des, una transacción en la que todas las partes tienen que ceder algo. En este caso, ser visiblemente minoritarios es una suerte, pues nadie los va a culpar por el fracaso del intento, menos aún ante la grosera escenificación del PP. Pero el hecho es que si los nacionalistas hubieran mostrado mayor disposición a llegar a una acuerdo, a los populares les habría resultado más difícil y políticamente costoso oponerse a él.
La clase obrera se ha visto llevada a reflexionar, día sí día no, si habrá o no que flexibilizar el despido para estimular la contratación, si los salarios estatutariamente altos se traducen o no en desempleo, etc.; el feminismo cavila sobre la igualdad y la diferencia, sobre la emulación de los varones en el mercado de trabajo o la conciliación de la vida laboral y familiar, incluso sobre la separación escolar por sexos; las minorías étnicas se interrogan sobre los efectos del multiculturalismo y el igualitarismo, la tradición y el mestizaje, la discriminación positiva, etc.; el pacifismo se ha convertido se ha pasado en gran medida al lado de la intervención humanitaria, las misiones de paz e incluso la guerra justa. Estos movimientos y otros se han visto llevados a asumir la complejidad del sistema social y, con ello, a relativizar sus dogmas o sus principios, como se les quiera llamar. El nacionalismo, no: para ellos que alguna cosa pueda resultar más eficaz, mejor o más justa centralizada que descentralizada es impensable; que alguna competencia pueda emprender el camino de regreso, inimaginable; que en la escuela no impere un monolingüismo (el suyo) impuesto o que las necesidades de la lengua se vean limitadas por las de la nación real o por las opciones individuales, inaceptable. Al margen de que pueda tomar (lo que no es baladí) formas brutales y criminales (la pseudoizquierda abertzale), jesuíticas (el PNV), insufriblemente pijas (ERC), caóticamente simplistas (BNG) o calculadamente electoralistas (CiU), su pensamiento es único y sencillo: queremos más, más es mejor. Y no se equivocan, porque sin duda es mejor para ellos: más poder, mas recursos, más cargos, más gabelas... Y, además, como programa político ¡es tan sencillo y asequible, al alcance de cualquier lerdo!

1 comentario:

  1. Dio, che grande analisi! "La formación profesional reglada de Cataluña sólo será cuando tengamos las competencias realmente transferidas. La normativa del Estado es infumable" (alto cargo directivo de la fp ídem en Cataluña, dixit).

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