En la modernización (transición a la modernidad, que otros llaman simplemente así), la distribución del saber estuvo dominada por la idea de que unos pocos pensaban y otros ejecutaban, unos creaban conocimiento y otros lo ponían en práctica. En la educación se tradujo en las escuelas: no de ladrillo sino de pensamiento, con discípulos que no eran alumnos sino seguidores. También se les llamaba movimientos (v.g. MRPs), pero eran movimientos carismáticos, con un líder y unos secuaces. Las soluciones a los problemas, las recetas para los objetivos de la educación debían venir de arriba: de grandes reformadores, académicos, líderes políticos o sindicales…
En la modernidad alcanzada y vigente, que también cabe llamar postmodernidad o modernidad tardía, el conocimiento ya no circula sólo vertical sino también horizontal y diagonalmente. Verticalmente, como siempre: entre líderes y seguidores, directivos y subordinados, intelectuales y practicones, etc.; en la educación, por los canales establecidos de las administraciones, las universidades, las organizaciones profesionales –sería absurdo negarlo o lamentarlo. Pero circula también horizontalmente: entre los participantes situados en el mismo nivel en una organización, entre los miembros de una profesión, entre organizaciones e instituciones, entre éstas y las comunidades en las que actúan… Y circula diagonalmente: un maestro se fija más en un departamento universitario que en su director, un centro mira más hacia un programa de otra administración territorial que de la propia, etc. Es lo propio de la sociedad del conocimiento.
Éste es el sentido de las redes: relaciones más abiertas, que se mueven dentro de las jerarquías pero sin sujetarse a sus escalones; cooperación regular y fluida entre iguales; afinidades no orgánicas que permiten ofrecer y buscar referencias a través de las fronteras administrativas o profesionales. Es el objetivo de INNOVA y ENTRETOD@S, http://innova.usal.es.
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