30 dic 2006

La interculturalidad en la educación

La escuela ha sido esencialmente un instrumento homogenizador, el mecanismo de sustitución de la cultura tradicional por la cultura de la modernidad. En España, particularmente, fue concebida como una institución uniformizadora frente a las distintas culturas que confluyeron en su formación, con o sin un territorio propio.

La política educativa respecto de la más importante minoría propiamente dicha, los gitanos, sin base territorial y separados del resto por fuertes diferencias culturales, desde la lengua al modo de vida económico, ha pasado pro cuatro etapas:

·         La exclusión, que primero fue de derecho y, después, simplemente de hecho

·         La segregación, que también ha conocido esas dos subetapas sucesivas: primero las escuelas-puente y ahora lo que podríamos llamar las escuelas públicas con gitanos, nuevos ghettos escolares que florecen en las grandes ciudades

·         Finalmente, la asimilación, etapa que coexiste con la anterior, y que ha conocido también dos fases que podríamos calificar como asimilación agresiva y tolerancia pasiva.

Recientemente, las autoridades y la profesión se han lanzado a una carrera  por definir de formas nuevas unas prácticas que varían muy poco respecto de las anteriores (vino viejo en odres nuevos): tolerancia, diversidad, pluriculturalismo, multiculturalismo, interculturalismo..., pero sin que esto se traduzca en cambios relevantes en las condiciones de escolarización de las minorías.

Sin ningún apego a las palabras, podemos atenernos a esta última para definirla en términos que, lamentablemente, indica todo lo que falta en la escuela. Interculturalismo es:

1)     Aceptar que la cultura, cualquiera que sea su origen y forma, es un elemento constitutivo de nuestra identidad, que por tanto debe ser respetado,

2)     Aceptar que, aunque no todas las culturas son iguales, ni necesariamente beneficiosas para todos sus miembros, ni deben ser contempladas en una perspectiva relativista, todas ellas contienen elementos de valor, por lo que la convivencia y la mutua influencia entre ellas es en sí misma positiva.

3)     Aceptar que toda cultura es internamente diversa, que esa diversidad es su motor de cambio y que es parte de los derechos de los individuos y los grupos el que esas diferencias internas sean respetadas.

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