Craso error. Se abortó la asignatura, pero la ni la formación democrática se extendió a todo el currículum ni las prácticas democráticas lo hicieron a toda la vida escolar. Sencillamente desapareció también un referente que podría haber permitido a los alumnos contrastar lo que la institución dice con lo que hace y a los profesores cotejar sus palabras con sus hechos. En otros términos, se perdió un posible elemento de reflexividad, es decir, de reflexión sobre la propia práctica.
Por supuesto que una asignatura no lo es todo. También necesitamos mecanismos de participación de padres y alumnos más eficaces, una mayor corresponsabilidad de todo el personal de los centros por todos los aspectos de la vida en éstos, la reconstrucción de las funciones tutelares (pastorales, formativas) de la institución y una cultura más democrática por parte de la profesión. Pero la ciudadanía no se aprende sólo por ósmosis sino que requiere un proceso reflexivo: hay que pensarla y, cuando se es menor, estudiarla.
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