Hoy ha publicado Eurostat una nota de prensa con resultados actualizados sobre abandono escolar prematuro en los países europeos, con datos de 2013. España sigue, lamentablemente, en cabeza con un 23.5%, a pesar de un sensible pero leve descenso desde el 24.9% de 2012. Le siguen Malta, con el 20.9&, y Portugal, con el 19.2%.
Ocho años antes, en 2005, el podio era el mismo, pero el orden era bien distinto: Portugal 38.8%, Malta 33.0% y España 30.8%. Las cifras cantan: mientras esos dos países han reducido espectacularmente su abandono el nuestro apenas lo hace a la velocidad de las placas tectónicas.
Dejo para otro día, si acaso, discutir lo que han hecho estos otros campeones (del abandono, pero también de su reducción). En el caso español parece claro que este lento -exasperantemente lento- descenso lo es porque sus causas son simplemente exógenas: el pinchazo del empleo fácil para jóvenes no cualificados producido por el derrumbe de la construcción y la mala racha del turismo. En el interior del sistema, de momento, no ha cambiado nada.
Pero lo importante no es qué provoca esta tan discreta reducción, sino qué no hacemos para producir, o qué hacemos para no conseguir, una reducción más sustancial, y eso es no reformar adecuadamente nuestro ineficaz, ineficiente e injusto sistema escolar. No hemos avanzado en asegurar a todos el éxito en Primaria y la ESO y tampoco lo hemos hecho en ofrecer a todos alguna vía de continuidad en el sistema con independencia de haber alcanzado o no ese éxito. También en sabido que estamos a la cola, y con mucho, en retención del alumnado (lo contrario del abandono), que depende de las notas, mientras que estamos por debajo de la media, pero por muy poco, en niveles de aprendizaje (sea que se midan las competencias, como en las pruebas PISA, o los conocimientos, como en las pruebas TIMMS y PIRLS), lo que puede resumirse diciendo que exigimos demasiado pero enseñamos demasiado poco (perdón: quizá enseñamos mucho pero ellos aprenden poco, ¡ay!).
Esa era la contradicción de la LOGSE: una ordenación (exigir el graduado escolar para cualquier tipo de formación profesional) pensada como si todo el mundo fuera a alcanzar el éxito, o un proceso de selección tan desenfadado como si tuviésemos opciones de continuidad para todos. Y la LOMCE lo va a arreglar por la puerta de atrás, por la vía baja, aceptando el fracaso en el tronco común y despachando a un tercio de los alumnos por el evacuatorio de una formación profesional venida a menos, vulgo básica. Así se reducirá el abandono, pero a costa de conformarse con mucho menos.
Y hay algo, diría yo, todavía más triste. El objetivo de Europa 2020 es reducir el abandono al 10%, pero cada país lo adapta a sus circunstancias: su punto de partida, su disposición y su confianza en sí mismo. Portugal y Malta, por ejemplo, lo han asumido tal cual: 10%. Catorce países, la mitad de la UE28, se han fijado objetivos más ambiciosos, siendo el récord el 4.5% que se propone Polonia (ese país que, en la UE, se equipara a España en población y otros aspectos, pero que con una economía mucho más débil persigue una educación mucho más fuerte). Sólo cinco países se plantean objetivos menos ambiciosos que el 10%: Bulgaria (11%), Rumania (11.3%). Latvia (antes Letonia, 13.4%), España (15%) e Italia (16%). Sólo Italia nos salva... excepto porque su abandono real está ya en el 17.6%, de modo que ya están en condiciones de aspirar a más, mientras que nosotros, si no revisamos nuestras políticas y nuestras instituciones al alza, tendremos revisar nuestros objetivos a la baja.
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