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25 jun 2019

El aula-huevera es educación low cost

Entrevista de Saray Marqués para Magisnet, publ. 10/6/19

El sociólogo Mariano Fernández Enguita da por amortizado el modelo de aula tradicional y aboga por el concepto de hiperaula. Y predica con el ejemplo.

Displays de distintos tamaños, paredes rotulables y magnéticas, atriles y sillas móviles, innumerables posibilidades de distribución. Todo eso es la HiperAula.ucm. “No hemos puesto colchonetas, pero el suelo está limpio y se puede trabajar de pie, sentado, en toda clase de agrupamientos. Al poder hacerse eso con el espacio el profesor puede hacer lo que quiera con el tiempo”, explica su promotor, el sociólogo Mariano Fernández Enguita.

¿El fin del aula tradicional está cerca?

–La última antes de su extinción estará en una universidad. Probablemente en una filología clásica. Yo estuve en Salamanca 15 años. Allí se conserva el aula Fray Luis. De hace 450 años. Una preciosidad, pero está de exhibición para los turistas. Nadie pretende que se dé clase en ella. El problema es que en la Complutense se da clase en aulas así pero más feas. En la universidad es difícil –si el profesor de Primaria o Secundaria es el rey, el de la universidad es dios–, pero hay un montón de gente que quiere hacer las cosas mejor.

Sostiene que es en el terreno intermedio, no en el macro, de la política educativa, ni el micro, el profesor con su grupo, donde se juega todo.


–Es famosa la anécdota de un director general francés que ante una comisión sacó el reloj y dijo: “A esta hora todos los alumnos en el liceo están dando esta lección”. Eso representa la mentalidad de que hay una fórmula que todo el mundo debe aplicar. Es el modelo taylorista del one best system. Y luego hay otra tradición, “cada maestrillo tiene su librillo”; u,  hoy,  “Que hagan leyes, que yo seguiré haciendo lo mismo”.

Lo de la gran fórmula en realidad nunca ha funcionado, pero cada vez menos, porque tenemos a todo el mundo 15 años en la escuela, y tratarlos por igual sólo puede producir estragos. En cuanto al maestro no sabe tanto ni las fórmulas que se le ocurren son siempre buenas ni tiene al alumno todo el tiempo.

Hay un espacio intermedio, meso, la escuela. Implica la dirección, el proyecto, la colaboración con centros  cercanos… Y, como el centro es muy grande para ciertas cosas, tiene distintos subniveles. Ahí es donde se juega todo hoy. Por eso hay que trabajar en equipo.

¿La privada juega con ventaja?

–Esta es una universidad pública donde la mayor parte de la gente sale para ir a centros públicos, y hemos demostrado que se puede. El problema para innovar en la Pública es el mecanismo de decisión, no el dinero. Es la dificultad de decir “Voy a hacer esto”. Porque no te dejan. O se levanta el Claustro: “No me toquéis nada, que me quedan cinco años para jubilarme”. O “Tú haz lo que quieras. Yo, en mi clase, como siempre”.

Y hay riesgo de perder el tren…

–Acabo de recibir una invitación para incorporarnos a FLEXspace, una red internacional que populariza experiencias como esta. Estamos en un momento de cambio en el que es complicado estar fuera. Estas cosas son aún minoritarias pero muy numerosas ya. Es imposible no verlas.

El profesor forma a sus alumnos para trabajos que no existen desde un lugar a punto de desaparecer.
—Estamos en una sociedad de la información y el conocimiento donde todo lo rutinario va a ser absorbido por la maquinaria y nos va a quedar lo otro. Yo siento no vivir 200 años en buenas condiciones para verlo. Me parece apasionante. A veces popularizamos frases como la de que el 65% de los niños trabajarán en empleos que no existen. Se atribuye a un informe del Departamento de Trabajo de EE UU. No existe, pero todo el mundo quiere oírlo. Es como lo de que hace falta un orientador cada 250 alumnos según la Unesco, o aquello que ya nadie repite –”La Unesco ha dicho que el número idóneo es 28 alumnos por aula”–. Nunca lo dijo.

Pero sí tiene referencias de que este cambio funciona.


–Sí, se está haciendo bastante investigación y todo indica que funciona. Lo que no hay es ni una prueba de que lo anterior funcionara. Busque una investigación que diga que la escuela graduada –alumnos de un curso en un aula haciendo lo mismo– es mejor que la unitaria. La alternativa a la escuela tradicional era mejor y más barata, pero no disciplinaba lo suficiente. La escuela que hoy domina el 90 y muchos por ciento se asumió contra todo tipo de pruebas.

Y así llegamos al aula-huevera.

–Sí. Democratizar una sociedad implica que todo el mundo tenga acceso a cosas a las que muy poca gente lo tenía. La Educación, la sanidad o la asesoría fiscal eran servicios de ricos. Ahora todos queremos llegar, ¿cómo? Con servicios low cost. El aula-huevera tradicional es Educación low cost.

Pero muchos le dirán que han sobrevivido a ese modelo.

–Si no lo cambiamos nos quedamos con esa gente que lo aguanta. Lo sigues si es el mismo tipo de lenguaje, de preocupaciones, las que te cuenta el maestro y tu madre, que también es maestra. Lo relacionas con una profesión para el futuro. Sabes para qué estás ahí. Y te llevan a un buen colegio. Tenemos que innovar sobre todo para aquellos que no se creen eso, a los que no les gusta, para los que están como un pulpo en un garaje. Sin innovación no hay equidad. José Saturnino Martínez, como Julio Carabaña, ha hecho un trabajo muy bueno mostrando la falta de relación entre fracaso, suspensos, notas y resultados en PISA. Con independencia de cuál sea el nivel de competencias de los alumnos masivamente hablando, hay una especie de constante macabra, como lo llaman en Bélgica y Francia. El profesor tiende a suspender un porcentaje dado que considera razonable. Bueno, hay profesores que aprueban a todo el mundo y otros que suspenden al 70%, pero de media. Por eso Martínez habla de fracaso administrativo. El abandono no es abandono. Esa gente no puede seguir. Si tuvieran un título que dijera “Usted no puede ir a la universidad pero puede hacer un ciclo de FP” no abandonarían.

Si hiperaula equivale a hipermercado, ¿aula tradicional a ultramarinos?

–En educación todo lo que lleva la palabra mercado hace salir corriendo a los funcionarios. El funcionario considera que es enemigo del mercado, y viceversa. Pero luego vamos todos a comprar al hipermercado ¿Por qué? Porque es grande, los niños pueden correr, hay de todo… pero también porque han aprendido mucho. Un hipermercado hoy no es una tienda grande. Yo soy cliente de Carrefour y de Alcampo, los que me pillan cerca, y ves que cambian, que las cosas que hay a una hora y a otra no son las mismas, lo que traen a los estantes frontales no es lo mismo, se llenan de zonas gourmet, zonas en las que puedes jugar, zonas en las que te hacen las cosas a medida, gente que te atiende…


¿Qué hace un hipermercado? Lo que puedes comprar solo lo compras solo, lo que puedes comprar en lata lo compras en lata, pero lo que tiene que estar recién hecho y tienes que verlo hacer te enseñan cómo se hace. Aquí es lo mismo, salvando las distancias: Lo que puedes aprender solo apréndelo solo, para qué quieres que te moleste un profesor. A cambio de esto tendrás más profesor para aquello en lo que lo necesitas. Lo que haces mejor en equipo, hazlo en equipo. Lo que se puede optimizar porque se puede hacer al mismo tiempo para 200, lo hacemos para 200. Tenemos mucho que aprender de los hipermercados con la diferencia de que, como esto es un proceso de aprendizaje, aquí la parte colectiva, grupo con profesor, tendrá un peso mucho mayor y la parte individual, aislada, tendrá un peso algo menor.

Innovar es codocencia.

—Imaginémonos que al acudir al servicio médico el mismo médico fuera médico, celador, enfermero, cirujano, controlador de los aparatos, a la vez. Sería incompetente en todo. Ese es el modelo educativo que tenemos. Cuando voy a centros que hacen cosas parecidas a la hiperaula y pregunto por la codocencia, la respuesta es siempre: “Primero, pánico. A los pocos días, felices”. Que 30 niños o 25 o 15 muy pequeños o 50 o 100 en la universidad no dependan solo de ti en todo momento es un alivio enorme. Y había una cosa que cantaba, la contradicción entre el “tenéis que ser cooperativos, pero aquí estoy yo solo haciendo lo que me da la gana”. La mejor forma de propiciar un aprendizaje cooperativo es una docencia cooperativa. Y hay más: complementariedad de las cualificaciones, formación de los profesores noveles, tener una segunda opinión y, para el alumno, poder escaparse un poquito de ese profesor con el que se lleva mal e irse al otro con el que se lleva mejor.

Entiende al profesor que se queja de que no llega a todo.
–Perfectamente. Algunos se sienten solitarios y atacados. De todos modos, no creo que todo el mundo se sienta atacado. Lo que creo es que hay un tipo de profesor que se siente atacado y que es muy vocal, que a menudo lo representan mucho los sindicatos. Esto de “Nos atacan”, el FMI, el Banco Mundial, Murdoch, la OCDE, las editoriales, nos ataca todo el mundo, nos quieren privatizar, quieren desmantelar… Yo lo vengo oyendo desde hace 40 o 50 años y no ha pasado. También muchos profesores se autodeclaran enemigos de la productividad. Queremos que la sanidad sea barata, que viajar sea más barato, que la comida sea más barata, que la vivienda sea más barata, y nosotros más caros cada vez. Eso no puede ser.

Su artículo más polémico, Es pública la escuela pública, cumple 20 años.

–No decía nada nuevo. Lo de que hay maneras de ver los servicios públicos que consisten en privatizarlos en favor del funcionariado estaba dicho mil veces. Lo único nuevo es que yo entendía el lenguaje interno, y todo el mundo entendía lo que decía. Lo había visto desde dentro durante mucho tiempo, de muchas maneras, y no se podía decir “Lo que usted dice es mentira”. De hecho, nadie lo dijo. Los que más se enfadaron dijeron “Este nos quiere depurar”, “Este quiere desmantelar…”. El mundo de la escuela pública, como el mundo del Estado, es un mundo de intereses. Todos tenemos que buscar el equilibrio entre la vocación de servicio que afirmamos, que da sentido a la profesión, y el hecho de que no somos ángeles y nos gustan los horarios cortos, las vacaciones largas… Tenemos que buscar un compromiso entre lo que nos interesa y lo que le interesa a nuestro público, entre nuestros intereses y nuestros valores. Nunca confundirlos. Cualquier profesor que se encuentre diciendo que lo que es bueno para la Educación y para el país es bueno para él, que sospeche. En el Templo de Apolo en Delfos decía “Conócete a ti mismo”. Si lo que estás diciendo conduce a más profesores, más salarios, más vacaciones y jubilación anticipada vete al confesionario o al psiquiatra porque estás engañando a los demás y te estás engañando a ti mismo.

Sostiene que hablar en nombre de la comunidad educativa es una falacia.

–Es absurdo suponer que la empresa es un escenario de guerra civil y la escuela, con los profesores, los alumnos y las familias, una comunidad virginal. En la empresa hay un conflicto de intereses entre empresario y trabajadores siempre y entre grupos de trabajadores, pero hay un interés común: Todos quieren vender, si es posible más caro y comprar más barato… La comunidad educativa, sobre todo en la Pública, donde más se suele decir, ¿qué tiene de comunidad? Vagamente todos queremos que los alumnos estén bien y sobre todo que venga más dinero de la Administración. Pero también tenemos un conflicto de intereses. Yo como padre quiero que el colegio esté abierto más tiempo. Y el profesor dice: “Si lo abres tú u otro, que yo quiero irme antes”, etc. Y estamos constantemente en conflictos de intereses. Conflicto no quiere decir guerra. Quiere decir que lo que me interesa a mí no es siempre lo que le interesa al otro.

Algunos docentes echan de menos otra forma de dirigirse a ellos, el respeto que su figura despertaba.
–Yo creo que ese reconocimiento no se ha perdido. La sociedad valora a los profesores encuesta tras encuesta. Claro, el profesor ya no es el tuerto rey en el país de los ciegos. Hoy la mitad de la población con niños escolarizados tiene educación superior. El trato no puede ser el mismo. El maestro ya no llega a un sitio donde automáticamente es de la media docena de personas que constituyen las fuerzas vivas. Y en muchos aspectos la educación es más difícil. En otros aspectos es mucho más gratificante, más prometedora. Yo puedo entender ciertas angustias del profesorado, me parece bien que los medios de comunicación, la empresa X, se vuelquen en hacer esto y lo otro, pero creo que  por ahí no van las soluciones. Lo que hay que hacer es repensar todo lo que tiene de caja negra la escuela, lo que nos parece normal. Esencialmente el aula tradicional. No se trata de pedir a los profesores que sean graciosos, ni malabaristas, ni que canten. Yo he compartido uno de estos actos hace poco con el profesor que es mago. Genial.
Puede que termine dejando la enseñanza por la magia, no sé, a veces pasa. Tengo un compañero que les canta jotas. Pues muy bien. Yo no sé. Hay que huir del profesor clónico, pero lo esencial es no tener que huir. Lo esencial es que el aula ordinaria con el profesor ordinario, con algunos vulgares, sea un lugar donde se está a gusto aprendiendo. Y eso depende de su arquitectura no en sentido físico sino en sentido organizativo. De cómo son las cinco horas del alumno, de cómo es la experiencia continuada de la escolaridad. Y la experiencia continuada está dictada sobre todo por el modelo lección-aula-un profesor-un grupo-una actividad homogénea, que es con lo que hay que acabar. Que es lo que nadie hace fuera de un aula.

En la hiperaula no se necesitan hiperprofesores, como en las aulas-huevera. En la hiperaula los profesores se complementan. Uno por ejemplo es más experto porque tiene más años pero el otro es mejor comunicador. Uno sabe mucho de la materia pero otro sabe mucho de cómo manejar el instrumental… Hay todas las combinaciones imaginables. Por consiguiente, el profesor está mucho menos endiosado y, más importante, el alumno está en una posición mucho más activa, con aprendizaje cooperativo y uso de tecnología interactivo y proactivo.

¿Deberían tomar nota las Administraciones a la hora de construir nuevos centros educativos?

—La Administración cada vez que crea un colegio nuevo, y todos los años se construyen escuelas e institutos, está tomando una decisión. Está tomando la decisión de hacerlo como antes o hacerlo de otra manera. La Administración podría hoy sin consultar a nadie construir centros nuevos en los que se pueda hacer esto y, por aquello de respetar las tradiciones, en los que se pueda volver a lo otro si se desea, que se pueda cerrar la mampara. Estas cosas pueden ser más baratas que las viejas. El aprovechamiento del espacio y las tecnologías es muy superior. Lo que suele costar es el cambio. Pero las Administraciones deberían construir con estos nuevos parámetros. Un país afortunado es Nueva Zelanda. Tuvo unos terremotos que destruyeron bastantes escuelas. Aprovecharon la ocasión para construirlas de una nueva manera. Por eso allí es muy fácil ver este tipo de espacios de aprendizaje innovadores, ILEs.

Busco colegio, ¿tengo que fijarme en si está tirando los tabiques?

—El colegio que está haciendo esto está queriendo entrar en una transformación en profundidad. No creo que haya ningún fantoche que cambie los muebles para no hacer nada. Hace un par de años, cuando los jesuitas de Cataluña empezaban, una pareja de profesores de universidad amigos me preguntaron: “Tenemos una escuela pública al lado y el colegio de los jesuitas, ¿dónde vamos?”. Eran rojos de toda la vida, laicos, republicanos. Y les dije: “Id donde  queráis. Yo, en este caso, iría a los jesuitas”. Fueron y están muy contentos. La pena es que tenga que ser así. Para los que se preocupan especialmente por la escuela pública y su papel en sostener la equidad y la igualdad, hay que evitar un peligro muy serio en cinco o seis años: que la Concertada vuele en innovación y la pública se quede paralizada.

Y mudarse, ¿es una buena idea?

—En España hay que mudarse menos porque los distritos son más amplios y porque está la Concertada. En un artículo criticaba la ironía de las críticas fáciles y de las ideologías fáciles [en el caso de Pablo Iglesias e Irene Montero]. Si quieres un buen colegio para tus hijos es mucho más barato irse a uno concertado que comprarse una casa en un barrio caro para poder encontrarlo en la Pública. Además, La Navata es un centro estupendo que nació junto a otro centro que no es estupendo. Yo vi los dos de cerca. Eso expresaba la excepcionalidad de un centro de este tipo en el contexto de la escuela pública.

¿Por qué es tan común este tipo de procesos entre dos centros próximos?

—Hay un efecto acumulativo en cuanto uno se diferencia. En uno de los primeros números de Educación y Sociedad, en la primera mitad de los ochenta, ya publicamos un artículo, resumen de una tesis que se hizo en esta facultad, dirigida por Carlos Lerena, que mostraba el proceso por el que de dos colegios públicos próximos uno se había convertido uno en el colegio de los ricos y otro, en el de los pobres. Es acumulativo. La gente se busca la vida. En EEUU si mientes sobre dónde viven tus niños para ir a un colegio público determinado vas a la cárcel. Aquí puedes empadronar a los niños en un garaje, en un buzón de la casa de un tío abuelo…

¿La promesa meritocrática se cumple cada vez menos?

—Siempre fue una falacia. El término no existía hasta los 60. Fue como un chiste que se inventó Michael Young en El ascenso de la meritocracia, para decir no sólo que eso era mentira sino que si fuera verdad sería peor. La gente no leyó el libro, se quedó con el título y con el término. Nunca ha funcionado, pero quien clavó la crítica fue Marx. No se decía meritocracia, pero Marx leyó La República de Platón, el primer texto meritocrático, y constató: “Esto es la idealización ateniense del sistema egipcio de castas”. Y yo creo que nunca se ha dicho mejor. Los que están en el poder quieren pensar que están ahí porque son muy listos. Eso es la meritocracia. Con eso no quiero decir que nadie suba por ser listo. De vez en cuando pasa. Pero los privilegios sociales se reparten por otros muchos mecanismos.
Quizá el más importante sea la suerte. De nacer en la familia adecuada y también la mera suerte, el azar.

Nueve años después...

Cuando Fernández Enguita llegó a la Facultad de Educación de la Complutense, hace nueve años, se encontró con que dos aulas acababan de dotarse con portátiles y de reformarse, pero para atornillar los bancos y mesas al suelo. Los portátiles, que no tenían cerca dónde cargarse y si se usaban en una clase se quedaban sin batería para la siguiente, estaban encadenados a las mesas. “Se las juré a estas aulas y he sido muy feliz cuando se destruyeron”. El sociólogo muestra orgulloso el resultado de la última reforma que la UCM ha pilotado con apoyo de HP, Intel, Clevisa, Grupo AE y Grupo ACE. La llaman Hiperaula.ucm y es su alternativa al aula-huevera.

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