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3 mar 2014

El prestigio del profesorado... y la terca realidad

[Con esta entrada compartida inicio una 
colaboración mensual en el blog del INEE]
Es un lugar común en los mentideros de la educación y en conversaciones sobre esta que el prestigio de la profesión docente anda, cada vez más, por los suelos. Es ese tipo de meme que resiste incólume la prueba de la realidad. Por tanto, quien no quiera que los datos le echen a perder una rotunda opinión, que no siga leyendo. Pero, si no es así, quizá quiera bucear en la evidencia reciente.
V. Pérez Díaz y J.C. Rodríguez publicaron hace poco El prestigio de la profesión docente en España: percepción y realidad, cuyo título, sin decirlo, ya anticipa, a buen entendedor, los resultados. Los autores no preguntan a los docentes sino a la sociedad, que es la que otorga el prestigio (lo otro es la autoestima). Utilizan para ello los índices PRESCA-1 y PRESCA-2, elaborados hace años por J. Carabaña y C. Gómez Bueno para un estudio general sobre el prestigio de las ocupaciones (ver). Y encuentran que, en una escala 0-100, la sociedad otorga a los profesores un prestigio medio-alto: 68.2 a maestros y 68.4 a profesores de secundaria. Muy cerca de los de universidad (73.4), con quienes suelen compararse; no lejos de economistas (70.1) o abogados (67.2), por mencionar dos profesiones distantes; muy por encima de periodistas (64.2) y bibliotecarios (55.2); lejos, eso sí, de los envidiados médicos y los míticos bomberos (81.4).
Este es un estudio más sistemático y  sofisticado, pero ya contábamos con una colección de encuestas que venían a decir lo mismo. En 2011 el estudio European Mindset, de la Fundación BBVA, otorgaba a los maestros españoles un 7.6 sobre 10, por encima aquí de los médicos (7.5) y, en Europa de sus propios colegas (7.0). Otra encuesta de GfK, el Ranking de confianza en las profesiones (Trust Index) otorgaba a los docentes de primaria y secundaria, juntos, una confianza del 92% sobre 100, por encima de la media europea del 86%.
Tampoco se confirma la idea de una caída en picado del prestigio en el tiempo. Los índices elegidos permiten comparar los resultados para los maestros hoy con los de la encuesta para la que fueron creados, en 1991, donde obtuvieron 70.2, y los de otra parecida del CIS, de 1994 (estudio 2126), de 71.3. Para los profesores de secundaria no es posible una comparación en bloque, ya que no figuraban como tales, pero sí con subconjuntos de ellos como los de Matemáticas (66.2 en 1991) y Arte (67.6 en 1994). O sea, leve descenso de los primeros, leve ascenso de los segundos y nada que justifique las opiniones en boga.
Agrupando los resultados de dos encuestas propias (la del estudio mencionado y otra de 2008) en una escala normalizada de 1 a 5, Pérez Díaz y Rodríguez calculan que los profesores de secundaria tendrían 3.7 puntos en una escala de 1 a 5, menos prestigio que el que creen que deberían tener (4.5) pero más que el creen que se les concede (2.3). Esto es lo más difícil de explicar: el hiato entre cómo la sociedad valora al profesorado y cómo cree este que lo valora. Curiosamente, este hiato se ha transmitido a la propia sociedad, pues cuando se pregunta a padres de alumnos y a ciudadanos la historia se repite con una consistencia estadística y una inconsistencia lógica pasmosas. Así resultaba en un Barómetro de julio de 2005 del CIS, en el que 63.9% de los ciudadanos afirmaban valorar bien o muy bien a sus profesores, pero creían que solo lo hacia así el 33.5% del resto. Los padres de alumnos, en una encuesta de la FUHEM del mismo año, aseguraban en un 83.7% que su familia valoraba positivamente a los profesores, pero lo reducían al 38.8% para los demás. Pérez Díaz y Rodríguez atribuyen esta disonancia, aunque con cautela, a la imagen de la educación que proporciona la prensa, pero ¿dónde se informa la prensa?

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