8 jun 2013

LA INSTITUCIÓN ESCOLAR EN UN ENTORNO INFORMACIONAL


Ya llega… y esto no es más que el comienzo. Llega la sociedad del conocimiento (o la era de la información, o la economía digital, o…), pero algunas de las promesas vinculadas a ellas no parece que se cumplan. No está claro que sea más justa -ni más igualitaria ni tan siquiera más meritocrática- que la exhausta sociedad industrial; no parece que el sistema educativo, a pesar de su constante expansión y de una sucesión interminable de reformas, garantice una formación suficiente y adecuada, a menudo ni básica, al conjunto de la población; lo que es más, contra lo esperado, la actitud de los presuntos beneficiarios de la escolarización dista mucho de ser de entusiasmo por la institución escolar, sus prácticas y sus propuestas.
Nada que debiera sorprendernos como observadores, aunque no pueda dejar de hacerlo como agentes de esta institución que parecía eterna, llamada a las más altas misiones y destinada todavía a mejores días de gloria. Pero la escuela está hoy en crisis como lo están también todos los escenarios sociales en que la generalidad de la población venía a ser encuadrada en estructuras piramidales, regidas por un pequeño número d e agentes y en unas relaciones de comunicación predominantemente verticales; es decir, en las instituciones, en el sentido fuerte del término. Es una crisis que afecta a la política, a la prensa y otros medios de comunicación -unidireccional, o sea, de difusión- de masas, a las iglesias, a la imprenta -a los editores, no sólo de libros sino también de música, cine, etc.-, a las empresas en su relación con los consumidores… La diferencia es que la institución escolar puede permitirse ignorar por más tiempo esta crisis debido a algunas especificidades propias: un público cautivo -obligado a la escolarización por un mandado legal, ampliado por abajo por la función de custodia y por arriba por el monopolio de las licencias profesionales- y dependiente -por su propio momento biológico e intelectual, su incapacidad económica y su incapacitación legal- y una plantilla profesional funcionarizada de derecho o de hecho.
Estas son las coordenadas en la que la institución escolar y la profesión docente pueden permitirse, a pesar de su ostentosa identificación con el conocimiento, mantenerse relativamente fuera y a resguardo de la sociedad de la información -al menos una más que preocupante parte de ellas, que es la que caracteriza al conjunto, a pesar de que también podamos encontrar verdaderos avances. La contrapartida es su conversión escenario de tensiones crecientes, desde la agudización de los conflictos entre padres y profesores o la expansión del homeschooling en la base, pasando por la extensión y profundización del rechazo escolar en todas sus formas en la encrucijada de la enseñanza secundaria, hasta la proliferación de iniciativas de formación y acreditación en los márgenes y al margen de la universidad. Donde no hay exit hay voice, y viceversa, por decirlo a la manera de Hirschman.
Es de temer que una de las manifestaciones de este peligroso letargo de la institución escolar sea precisamente la lentitud de la Sociología de la Educación a la hora de abordar los procesos educativos más allá de la escuela y los procesos de aprendizaje más allá de la educación. Para bien y para mal, la investigación sociológica recoge y refleja no sólo los intereses y preocupaciones de los investigadores, sino asimismo los de su ámbito de investigación, por tanto los de los actores individuales y colectivos activos en ellos, y los de su organización institucional, por tanto los de las instancias y agencias con mayor peso en el patrocinio de proyectos y en el reconocimiento de sus resultados. A lo que hay que añadir el ritmo pausado de la investigación, y más de la investigación propiamente académica. Efecto de esto es que si, por un lado, la sociología de la educación sólo va abordando los nuevos problemas y temas poco a poco, por otro, algunas o muchas de las aportaciones más interesantes y dinamizadoras están viniendo de fuera, de otros ámbitos académicos, entre los cuales señalaría particularmente el de la comunicación.
La presente monografía de la Revista de Sociología de la Educación está muy lejos de pretender, como suele decirse, cubrir un vacío. En primer lugar porque el vacío es demasiado grande para ser cubierto; o, dicho de forma menos tremendista, porque las carencias, las necesidades o las posibilidades van mucho más allá de lo que estaba a nuestro alcance en estas circunstancias. En segundo lugar porque, sea cual sea la dimensión del vacío actual, a este le seguirán otro, y otro, y otro…; es lo propio de una era en la que el cambio social es cada vez más rápido, de mayor alcance y más imprevisible, lo que implica que su análisis se presenta como una tarea inacabable, si es que no inabordable, aunque también sea el más atractivo desafío para la sociología; algo así como la vieja paradoja de Aquiles y la tortuga, aunque ahora sería más exacto decir que es la tortuga la que persigue a Aquiles. Pero esperamos, eso sí, que sirva para hacer visible algo del trabajo que ya se está haciendo en este ámbito y que actúe como estímulo para ampliarlo. Después de todo, la sociología de la educación nunca ha sido simplemente una sociología de la escuela, limitada al ámbito de la institución, ni mucho menos una sociología escolar, limitada a sus preocupaciones y su visión del mundo.
La docena estricta de artículos que siguen puede dividirse en tres bloques. Los cinco primeros abordan los cambios de mayor calado que se están produciendo en el aprendizaje en distintos ámbitos, la educación dentro y fuera de la escuela, la escolarización, las demandas de cualificación, así como sus implicaciones más generales y en particular para la institución. Los cinco siguientes discuten aspectos más específicos como el acceso a las tecnologías de la información y la comunicación, su penetración en los centros de enseñanza y la respuesta de éstos o algunos efectos sobre el rol del profesor. Los dos últimos se centran en esa parte del sistema educativo, la universidad, que es el locus de la mayoría de los lectores de esta revista, por tanto no sólo objeto de nuestro interés sino condición del mismo.
Gracias a los autores y no hace falta decir que estamos todos deseosos de recibir las observaciones de los lectores.

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