3 sept 2011

Los tiempos del profesor, por dentro y por fuera.

¿Cuántas horas debe dedicar un profesor a la docencia en aula, cuántas a otras tareas educativas y cuántas a su preparación? Sinceramente, no lo sé. Primero porque no lo sé ni me lo he preguntado siquiera y segundo porque supongo que varía enormemente según la etapa y que debería hacerlo incluso según el tipo de alumnos, según la materia y según las capacidades del profesor. Los tres últimos elementos ya sé que son tabú: café para todos. Pero no es lo mismo educar en un medio social que en otro, leer del libro de texto que preparar materiales propios ni trabajar a los treinta años que a los sesenta. El primero no es tabú porque cada cuerpo reivindica, simplemente, igualarse al inmediatamente superior para acabar con el agravio comparativo, pero sin contrapartidas: los maestros quieren horario de instituto pero sin pasar por la licenciatura, los profesores de instituto quieren horario de universidad pero sin tener que doctorarse ni investigar, etc.: la carta a los RRMM y, si es posible, la piñata. Pero sí creo que debería reducirse la presencia en el aula al paso de la edad del profesor, salvo que no lo desee y pueda mantenerla; que los profesores más concienzudos e innovadores en la preparación de su trabajo deberían ser incentivados con mas tiempo para prepararlo (con la condición de compartir sus resultados) y que el trabajo con grupos o en centros más difíciles debería ser apoyado con una distribución del tiempo con menos presencia en aula y más horas de preparación (esto podría organizarse con carácter general, lo que sin duda daría lugar a perversiones sindicales, desde arriba, lo que podría provocar arbitrariedades, o desde abajo, como una subasta: si 3º de la ESO es más difícil para los profesores que 4º, quien quiera 4º debe ofrecer más horas propias de trabajo presencial, pongamos que un 10% más vigilando el recreo, para hacerse con él y quien se quede con 3º se beneficiará de la rebaja correspondiente). Pero, insisto, no sé cuál ha de ser en cada caso el balance adecuado entre horas en el aula y resto. Si sé, por supuesto, que una clase será mejor cuanto más tiempo se dedique a prepararla... suponiendo que efectivamente se haga.
Porque ésta, y no otra, es la cuestión. Las comunidades autónomas gobernadas por la derecha (sea PP, UPN o CiU) nos han metido en el debate sobre sobre la distribución de las horas del profesor entre la docencia en aula y el resto. Como reacción, los sindicatos y colectivos de profesores y sus intelectuales incondicionales, que son muchos, han puesto el grito en el cielo denunciando los recortes, el ataque a la escuela pública y los incontables males que se derivarán del mismo. Pero cualquiera que conozca el mundo de la educación un poco de cerca puede darse cuenta de que el primer efecto de esto es que se se pasa a discutir cómo se parte el tiempo y se deja de discutir cómo se emplea cada una de las partes, cuando lo importante es precisamente eso. Grosso modo, podemos decir que el tiempo semanal del profesor se reparte por mitades entre el tiempo en el aula y el tiempo de apoyo al mismo, incluidas en éste tanto las actividades dedicadas a mantener el funcionamiento de la vida en el centro y el aprendizaje de los alumnos en el aula (guardias, tutorías, reuniones...) como las necesarias para sostener el propio trabajo individual del profesor en el aula (estudiar, preparar materiales, programar, corregir, evaluar...). Si en vez de la semana contemplamos el conjunto del año, que incluye un buen número de jornadas no lectivas pero sí laborales (entre las cuales el mes de julio, mientras no se legisle lo contrario) lo cierto es que la segunda mitad mencionada se acerca a los dos tercios del total.
La primera parte, el tiempo en el aula, ya está por sí misma bastante fuera de control. Aunque podemos suponer, y más o menos sabemos, que la mayoría de los profesores emplean razonablemente ese tiempo, también sabemos que algunos lo hacen muy bien y algunos muy mal. Que algunos, por ejemplo, llevan al aula magníficos proyectos, actividades o programaciones que en parte son producto de su trabajo, a veces incluso de un trabajo que va más allá del tiempo pagado (aunque para un periodo anual es bastante menos probable que para uno semanal), mientras que algunos otros repiten cansinamente la misma actividad año tras año, improvisan sin preparación o se limitan a mantener ocupados a los alumnos. El caso es que no existe ningún control efectivo sobre esto: ni de los compañeros, ni de los directores, ni de los inspectores, ni de los órganos colegiados de gobierno, ni a través de la participación de la comunidad, ni a partir de los resultados de los alumnos, porque todo ha consagrado al docente como autoridad exclusiva y excluyente en su aula, desde la tradición de que cada maestrillo tiene su librillo hasta la estrategia ferozmente corporativa de los sindicatos en defensa incondicional de su base. Recientemente se venía abriendo paso la idea de avanzar en la evaluación del profesorado, introducir incentivos, etc., pero gracias a esta torpe política conservadora y a los reflejos y el discurso monocorde de las organizaciones gremiales ya volvemos a la dialéctica maniquea habitual.
La otra parte, el tiempo de preparación y apoyo, es sencillamente el reino de la irresponsabilidad. La disparidad en la manera en que los centros atienden aspectos como las tutorías, la tutela del espacio y el tiempo fuera del aula, las actividades extracurriculares, el funcionamiento de los órganos o las relaciones con su público y con la comunidad es espectacular. Pero lo que se lleva la palma es la coexistencia de educadores para los que todo tiempo y esfuerzo son pocos para mejorar y renovar su trabajo, aquellos que ven la educación como una función social de primer orden y con efectos decisivos para sus alumnos y se consideran compensados ya en parte por poder contribuir a ello, junto a otros cuyo principal esfuerzo es el de limitar su tiempo laboral al tiempo lectivo, y lo que asombra es que, en última instancia, los tratemos a todos por igual, incurriendo en una enorme injusticia y una insultante falta de reconocimiento para los que dan lo mejor de sí. Es el viejo problema de los que eligen la profesión por vocación, los que la eligen por las vacaciones y las distintas combinaciones en medio.
Las actuales medidas de los gobiernos autónomos conservadores en este terreno pueden considerarse malas en sí mismas, pues, rebus sic stantiubus, debilitan el trabajo preparatorio del profesor. No es menos cierto, sin embargo, que están dentro de la legalidad y que los horarios lectivos se habían venido reduciendo de hecho sin ninguna contrapartida asegurada por parte del profesorado, es decir, permitiendo a unos hacer mejor su trabajo y a otros trabajar menos. Quizá quepa aprovechar el momento (nunca dejes escapar una buena crisis) para discutir a fondo las condiciones de trabajo y el compromiso profesional de los docentes.

8 comentarios:

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  2. Anónimo15:53

    Muchas gracias por el análisis complejo que hace, teniendo en cuenta muchos factores.

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  3. A la mayoría de los profesores nos encanta trabajar muy duro por la
    educación para todos, pero no nos gusta que nos hostiguen y nos pongan a competir unos contra otros.

    De ninguna manera estamos dispuestos a hacer el trabajo sucio del capitalismo, consolidando desde la escuela las clases sociales y favoreciendo la sumisión de los pobres.

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  4. Comparto la idea de que tener grupos privilegiados deben tener la contrapartida de ofrecer más pero desde luego la mayoría de profesores trabaja muchas más horas de las lectivas y aunque aún hay excesiva dependencia del libro de texto que se lee, cada vez los retos del aula suponen más horas fuera de ella, y eso debe tenerse en cuenta.

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  5. Carmen Jaulín19:32

    Una de las hipótesis de trabajo de María Novo es que no sirve de nada ser ricos en recursos si no tenemos tiempo para gestionarlos. El tiempo se ha convertido en la clave esencial de gestión eficiente y sostenible en los sistemas educativos.
    Ni la selección, ni la formación del profesorado tienen en cuenta cómo el profesor de primaria, secundaria o universidad gestiona el tiempo docente. La Comunidad de Esperanza Aguirre y la Consejería de Lucía Figar está a años luz de querer saberlo, evaluarlo y gratificarlo; pero en su incertidumbre lo único que vislumbra es la necesidad de control "Mandaremos a los inspectores para que se cumplan los horarios", como si el maltrecho servicio de inspección de secundaria no tuviera tensiones, en lugar de dedicarse al desarrollo del derecho a la educación que es su principal misión
    Vista así la cosa, los últimos acontecimientos legislativos (por cierto en verano para pillarnos a todos out)son consecuencia de una falta de responsabilidad política ante el momento mediático electoral que estamos viviendo ¿Qué pretenden? ¿Pretenden que el profesor responda con la misma moneda? El profesor no necesita huelga para no corregir y no preparar. ¿Y en una misma legislatura se pueden bajar salarios y aumentar horas lectivas? ¿No tienen más ingenio para gestionar el gasto público?. Cada día estoy más convencida que los madrileños no nos merecemos esta Consejería de Educación: ¡No saben de educación!

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  6. Menchu19:51

    Pssssss ¿Y por qué no quitamos la educación pública, y acabamos antes, cumpliendo de rigor con el protocolo de ahorro público que la ocasión requiere, siendo que tenemos la concertada y privada en expansión?
    ¡Un poco de equilibrio clásico no vendría mal a Aguirre y Figar!

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  7. El post genial, rupturista... necesitamos más incursiones en el mundo de lo imaginable, ya surgirán las barreras, los invonvenientes. La creatividad, la divergencia, no son de ingenuos, son herramientas para explorar el mundo en que vivimos y el que queremos para vivir. Nos dejamos engañar y dirigimos nuestro pensamiento solo hacia pequeñas correcciones de la realidad... y así no es posible cambiar nada que necesite un cambio de verdad. Estoy contigo, Mariano.

    Y Menchu, entonces, ¿dónde mandaríamos a la escoria de la sociedad? Siempre habrá una escuela pública; la lucha está en que no sea la escuela de la beneficencia, sino la escuela de todos y todas.

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  8. Anónimo19:46

    totalmente de acuerdo con este articulo. El compromiso del profesorado no es igual en todos y es terriblemente injusto que, de un lado, se menosprecie a todos y, de otro, que se consientan actitudes no profesionales en educación. En cualquier caso, las Administraciones educativas deberían dedicarse a dar respuesta a esta situación, a revalorizar la labor y papel de los educadores mas que a recortar y a enfrentar a los profesores entre si y con la sociedad.

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