2 abr 2007

Historia compartida

Me parece magnífica ―lo digo sin reticencias― la propuesta de Angela Merkel de elaborar un texto común de historia de Europa para ser utilizado en los sistemas escolares de todos los países que la forman. Será de escritura inevitablemente difícil, de uso prudentemente voluntario, contestable y casi seguro contestado desde todos los extremos ideológicos, particularismos locales y narcisismos académicos, y más que probablemente etnocéntrico e injusto con otras civilizaciones y culturas, como Asia y el Islam. Pero será mucho mejor que decenas de historias oficiales (a las que, por lo demás, no pretendería sustituir sino complementar) al servicio de los estados nacionales y, últimamente, de los que quieren serlo.

La empresa podría extenderse a otros ámbitos, tal vez África, Latinoamérica… e incluso a (des)encuentros de distinto signo. Obras como Las cruzadas vistas por los árabes, de Maalouf, Achipiélago Gulag, de Solshenytsin, o Continentes robados (sobre la historia de América, desde 1492, vista por los indios), de Wright, han podido cambiar las visiones convencionales sobre las guerras entre Europa y el Islam, la naturaleza del régimen soviético o la colonización del nuevo mundo. ¿Por qué no una historia común del cristianismo y el Islam, de Israel y Palestina, de España y América, de payos y gitanos…

Necesitamos visiones entrecruzadas de nuestra historia compartida que recuperen en sus justos términos la historia común y que, a la vez, permitan conocer, reconocer y comprender la historia separada. Y uso aquí el término comprender en el sentido (Verstehen) que es familiar a las ciencias sociales, como la capacidad entrenada de ponerse en el lugar de otro para entender su percepción y sus razones, aun sin necesidad de compartirlas.

Es difícil, pero no imposible. En estos días, un tribunal se esfuerza, creo, por escribir la historia común del 11-M. Veremos si escritores y lectores están a la altura.

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